lunes, 16 de junio de 2008

El barril de amontillado

"En vano, Fortunato, levantando su antorcha casi consumida, trataba de penetrar la profundidad de aquel recinto. La débil luz nos impedía distinguir el fondo.
- Adelántese -le dije-. Ahí está el amontillado. Si aquí estuviera Luchesi...

- Es un ignorante -interrumpió mi amigo, avanzando con inseguro paso y seguido inmediatamente por mí.

En un momento llegó al fondo del nicho y, al hallar interrumpido su paso por la roca, se detuvo atónito y perplejo. Un momento después yo había conseguido encadenarlo al granito. Había en su superficie dos argollas de hierro, separadas horizontalmente una de otra por unos dos pies. Rodear su cintura con los eslabones, para sujetarlo, fue cuestión de pocos segundos. Estaba demasiado aturdido para ofrecerme resistencia. Saqué la llave y retrocedí, saliendo del recinto.

- Pase usted la mano por la pared -le dije-, y no podrá menos que sentir el salitre. Está, en efecto, muy húmeda. Permíteme que le ruegue que regrese. ¿No? Entonces, no me queda más remedio que abandonarlo; pero debo antes prestarle algunos cuidados que están en mi mano.

- ¡El amontillado! -exclamó mi amigo, que no había salido aún de su asombro.

- Cierto -repliqué-, el amontillado."




El barril de amontillado, Edgar Allan Poe.

1 comentario:

  1. Gracias por tu comentario.
    Pues claro que puedes cojer las fotos que quieras, hay que ampliar horizontes.
    Un abrazo y a cuidarse

    ResponderEliminar