En los alrededores de mi residencia hay caballos. Muchos. Y todos los días vienen de visita, concretamente, justo delante de mi ventana. Ya no es la primera vez que me asusto al ver la cabeza de un caballo casi pegada al cristal.
Pero me gustan. Es mi animal favorito, así que no me quejo. Ahora también hay un pequeño potro, precioso, de color marrón. Siempre que lo veía desde mi habitación, pensaba "¡qué mono es!". Hasta hoy.
Como cada tarde, escuché llegar a la manada. Hacía un calor insoportable, pero en lugar de ir a la playa decidí quedarme estudiando, como buena alumna que soy. Era incapaz de concentrarme, y lo único que me apetecía era tumbarme y tomar el sol. Fue entonces cuando llegaron. Rápidamente me di cuenta de que faltaba el potro. Desplazé la silla un poco hacia atrás para ver mejor toda la escena, en el momento exacto en el que aparecía el pequeño potro acompañado de otro caballo adulto. Y como cada día, pensé "¡qué mono es!".
Durante un buen rato, estuve distraída observando lo que hacían, cuando veo que el potro se aleja un poco del resto del grupo (que estaban a la sombra). Se detuvo donde más pegaba el sol, se tumbó a la bartola y allí se quedó durante más de media hora. Sólo le faltaba el protector solar, las gafas y la gorra.
Entonces me di cuenta de la situación: aquel potro estaba tirado en el césped tomando el sol, y yo estaba sentada en esa silla frente al portátil intentando concentrarme con aquel calor horrible. Me sentó tan mal que cerré la cortina.
¡Put* caballo! Pero, eso sí... no deja de ser mono...